Ayrton, la tarde en la que sentí un vacío

Recuerdo haberme quedado clavado, absorto ante el televisor. Desde la primera imagen del Williams herido casi al borde la pista tuvo la impresión de que Ayrton había fallecido… por más que los locutores de Tele 5 mantuvieron viva la llama de la esperanza. 

Fue la posición de la cabeza de Ayrton en el coche, ladeada, la que me llevó a creer lo que me negaba a creer. De hecho el golpe no se vio en un primer momento, sólo en la repetición -casi inmediata- o al menos así lo recuerdo.

Podría decir que algunas de las frases pronunciadas por los narradores de la carrera fueron desafortunadas. Pero debo confesar que ellos estaban tan vendidos como yo, a 1000 kilómetros de distancia. Nadie sabía lo que en realidad pasaba. Aunque el largo tiempo empleado para extraer el piloto del coche y la atención que le propiciaron en la propia escapatoria -creo que unos 45 minutos en los que las imágenes estaban centradas en el accidente- me parecieron interminables… pero me mantuvieron paralizado. 

Tenía ante mí la planilla de las páginas que debía escribir sobre el Gran Premio, pero fui incapaz de tocar una tecla, como absorto, con la mirada fija en la pantalla, como paralizado y dejando que la imaginación crease sus propios monstruos. Sólo los ‘jefes’, con tienes más páginas, a escribir, y los compañeros que me hacían preguntas para poder echarme una mano me permitió sobrevivir. Más que emociones, de esas que te hacen soltar lágrimas, sentí vació.

Sólo una vez lo he sentido así. Fue cuando me enteré del accidente mortal de Jim Clack en Hockenheim. No esperaba ni uno ni otro. En otras ocasiones he sentido emociones, he derramado lágrimas, con Gilles incluido… pero en esos dos casos fui incapaz de derramarlas.

Oficialmente Ayrton fue declarado fallecido casi cuatro horas más tarde, en el Hospital de Bolonia. Pero la muerte seguramente fue un hecho instantáneo, en el momento del accidente.

¿Fallo del coche? ¿Error de pilotaje? ¿Neumáticos fríos por las vueltas iniciales tras el safety? ¿Pérdida de carga aerodinámica? ¿Rotura de una pieza de suspensión? Se dijo todo o casi todo, pero no había respuesta oficial.

El impacto fue espectacular. El coche hacia la valla, directo las ruedas derechas arrancadas, el alerón delantero pulverizado. Viendo la repetición no pareció que pudiera causar tanto daño. No fue un impacto frontal sino con un cierto ángulo. Pero mi impresión era la misma; por la posición de la cabeza me pareció que se había desnucado. Me recordó la imagen de Gilles Villeneuve, inmóvil, atado a la trasera de su coche, inmóvil en Zandvoort.

Sólo lo tuve claro una semana después cuando me llegó una fotografía del caso del piloto, con un agujero en el caso, de apenas uno o dos centímetros de altura y dos o tres de anchura. Una pieza de la suspensión delantera que le habría perforado el casco y penetrado en el cerebro.

Parecía increíble, Llevábamos ocho años sin accidentes mortales en la F1 (desde Elio de Angelis en Paul Ricard durante un test privado en 1986)  y en un solo fin de semana, dos; el de Roland Ratzenberger el sábado y el de Ayrton el domingo.  Pero era una ‘tragedia anunciada’, aunque nadie sabía quién sería elegido por la parca. El accidente de Phlippe Streiff en Argentina, que le dejó parapléjico; el de Martin Donelly, en Jerez, en el que salió despedido del coche y quedó en el asfalto, o el de JJ Lehto y Jean Alesi en Silverstone, que les produjeron lesiones cervicales que les obligaron a dar por finalizada la temporada le habían parecido.

Escribí entonces en Mundo Deportivo: "Las últimas normas de la Federación Internacional han sido insuficientes. La prohibición de las ayudas al pilotaje no han servido para aminorar las prestaciones. La tecnología ha avanzado tanto que las velocidades de paso por curva sean  elevadísimas y las fuerzas centrífugas que deben encajar los pilotos resulta demencial. En esas condiciones urge un golpe de timón. No se trata de hacer los circuitos más seguros, sino de eliminar todos los artilugios que permiten esas frenadas brutales. En definitiva, dar al piloto esas centésimas que le permitan reaccionar".

La carrera, detenida por bandera roja, continuó. Hoy sería posiblemente inaceptable. La FIA se reunió tres días después. Habían anunciado que se tomarían medidas de seguridad, pero no fue así. Se rumoreó que el GP de Mónaco, la siguiente prueba del calendario, podría ser suspendida. Ni una cosa ni la otra. Max Mosley, presidente de la FIA, ex piloto de F2, fundador de March, ex abogado de Bernie señaló que "de forma inmediata sólo podemos poner medidas para aumentar la seguridad en boxes". Pero aseguró que para el año siguiente se habían estudiado ya nuevas medidas de seguridad que tienen que reducir la velocidad de los bólidos”. 

Y es que aquel Imola pudo haber sido más trágico todavía. El viernes, Barrichello había ido contra las vallas en la Variante alta y se fracturó la nariz y sufrió amnesia. El sábado, el accidente de Ratzenberger. En la salida el domingo, Letho se quedó clavado y Lamy no pudo evitarle; los restos despedidos hirieron a cuatro espectadores. El accidente de Ayrton poco después, Y, tras la reanudación, cuatro mecánicos heridos por una rueda que escapó al Minardi de Alboreto al arrancar tras el cambio de gomas.

Medidas que implicaban reducción de la carga aerodinámica y del efecto suelo, según las indiscreciones. Ya se habían suprimido las ‘bandejas móviles’ que potenciaban en el efecto suelo, el ABS, el control antipatinaje, el control de tracción, las suspensiones activas).

Fue el accidente de Karl Wendlinger en Mónaco, que lo mantuvo en coma durante varios días, apenas dos semanas después, lo que lo cambió todo. Para el GP de España en Barcelona, el 31 de mayo, ya se habían adoptado las primeras medidas drásticas.

La competición tiene sus riesgos. Se han reducido notablemente, minimizado posiblemente, pero no erradicados. ‘Motor Racing is dangerous’, rezan carteles en circuitos y tramos de rally británicos. Y sigue siéndolo.

Desapareció uno de los más grandes de la historia. La tragedia convirtió a un piloto destinado a ser leyenda en un mito, como Gilles Villeneuve.