El final más cruel de la historia del automovilismo cumple 25 años

Parece mentira que hayan pasado ya 25 años desde aquel ‘fatídico’ 24 de noviembre del año 1998. Por aquel entonces, Carlos Sainz y Luis Moya iban camino de su tercer título tras seis largos años de espera. Unos años en los que tuvieron que lidiar con todo tipo de situaciones: desde llevar un Lancia ‘semiprivado’ hasta perder el título dos veces en un polémico periplo –1994 y 1995– con Subaru.

Pero el año 1998 era un soplo de aire fresco para todos. Por un lado, Carlos y Luis volvían a tener un coche competitivo –tras dos años en Ford– para estar en la ‘batalla’ y, además, con la marca que los hizo llegar hasta la cima del deporte; por el otro, Toyota quería volver a demostrar que podían estar ahí arriba de una manera completamente legal tras el escándalo de las trampas en 1995.

La temporada 1998 comenzó por todo lo alto, no en vano Carlos y Luis se llevaron la victoria en el Rally de Montecarlo y el rival a batir, Tommi Mäkinen, que había cosechado los dos últimos títulos, abandonó. A partir de ahí, el piloto madrileño hizo gala de su regularidad y ‘coleccionó’ varios podios hasta que en Nueva Zelanda regresó a la senda del triunfo.

Una victoria en Nueva Zelanda que, por cierto, no estuvo exenta de ‘líos’. Pese a que Carlos estaba en una mejor situación en el Mundial que su compañero de equipo –Didier Auriol–, en Toyota no quisieron dar órdenes y estos dos se jugaron el triunfo hasta el último tramo, terminando separados por sólo 4,1 segundos al final del rally.

Después de Nueva Zelanda, la situación era muy buena para Carlos y Luis. Eran los líderes con 41 puntos y tenían tres puntos de ventaja sobre Colin McRae y 13 puntos sobre Tommi Mäkinen. El finlandés, sin embargo, lo tenía todo reservado para el final de temporada: con tres victorias consecutivas, llegó a la última ronda –Gran Bretaña– como líder y con dos puntos de margen sobre Sainz.

Se decidía todo en el Rally de Gran Bretaña… ¡y el golpe de teatro llegó en la primera jornada! Mäkinen sólo pudo completar cuatro tramos sin grandes problemas, ya que en el quinto, uno de esos ratoneros ‘Mickey Mouse’ que había en el Reino Unido, arrancó la rueda trasera derecha de su Mitsubishi al encontrarse con aceite en pista –derramada por un coche histórico– y golpear un bloque que había en el exterior de la pista.

El abandono del finlandés y la segunda posición de Sainz al final del primer día, ‘intercalado’ entre los hermanos McRae, era un comienzo inmejorable para el español. Después, aunque bajó considerablemente la marcha porque le valía la cuarta posición para ser campeón, todo marchaba a pedir de boca. De hecho, tanto Colin como Alister abandonaron y Carlos afrontó los últimos tramos con serias opciones de podio.

No hacía falta subir al ‘cajón’ para conseguir el título, así que Carlos y Luis iban con mucha tranquilidad: ya no ‘mordían’ en las curvas, no arriesgaban absolutamente nada y el motor iba en el modo más ‘seguro’ posible. Todo parecía estar prácticamente hecho cuando llegaron a la última especial del rally en la cuarta posición y con más de dos minutos de ventaja sobre el quinto, pero aún quedaba la sorpresa final.

El desenlace del rally es bien conocido en el mundo del automovilismo: Carlos y Luis, que aparecían muy lentamente por el camino que desembocaba en la meta de Margam, terminaban ‘aparcando’ el Toyota Corolla WRC a medio kilómetro –aproximadamente– del final. Todo el mundo, en ‘shock’. Y, poco después de la ‘parada obligatoria’, llegaba la mítica frase: "¡Trata de arrancarlo! ¡Trata de arrancarlo, Carlos! ¡Trata de arrancarlo, por Dios!".

No hubo manera de arrancarlo. Una biela salió por un costado del motor y, conato de incendio incluido, ahí terminó el sueño del tercer título. Resulta que una remesa de bielas salió defectuosa, ya que también Didier Auriol abandonó previamente por el mismo motivo y, además, el día después del rally también hubo problemas en la unidad de test. El cabreo de los españoles era ‘tangible’. Es más, Luis llegó a lanzar su casco contra la luna trasera del bólido y la rompió. También hubo algunas palabras malsonantes en el ‘fragor de la batalla’. Comprensible.

Fue a las 14:53 –hora española– cuando los allegados del binomio español, con Juanjo Lacalle y Reyes Vázquez de Castro –esposa de Carlos– a la cabeza, recibieron el ‘palo’. El ‘walkie’ que tenía Juanjo echaba ‘humo’ y los allí presentes no se lo podían creer. "No puede ser", dijo Reyes en varias ocasiones. Las caras también eran muy ‘largas’ entre los integrantes de Toyota.

Hubo ‘mares’ de lágrimas. Tanto de tristeza como de alegría –en el caso del equipo de Mäkinen–. Por supuesto, el horno no estaba para bollos en Toyota. El contraste se vivió en el lado de Mäkinen, quien se enteró de que era campeón en mitad de una entrevista, cuando estaba ya preparado para volar hacia Finlandia. Lo tenía todo perdido desde el primer día, pero la suerte le sonrió esta vez.

Por otro lado, también hubo alegría para otros españoles. Curiosamente, el abandono de Carlos Sainz y Luis Moya elevó a la sexta posición a Harri Rovanperä y Risto Pietiläinen, lo cual significó lograr el primer punto de la historia del Seat Córdoba WRC.

Algunos, especialmente los que no son muy aficionados a los rallies, suelen saltar con el típico "pues que hubiesen empujado el coche hasta la meta, que sólo eran unos metros". Supongo que para cualquier ‘cuñao’ en plena comida de Navidad está bien tirada, pero lo que no saben es que después de la meta tenían que completar el último enlace. Era imposible. Estaba todo perdido.

Si tenemos en cuenta el sistema de puntuación de aquella temporada –diez puntos para el primero, seis para el segundo, cuatro para el tercero, tres para el cuarto, dos para el quinto y uno para el sexto– y que Sainz estaba a dos puntos de Tommi Mäkinen y tenía menos victorias, el español necesitaba, como mínimo, la cuarta posición. Y era precisamente la posición que iba a cosechar… hasta que llegó la avería.

Luis Moya, ya en frío, acudió a Ove Andersson –jefe del equipo por aquel entonces y considerado el ‘padre deportivo’ de Sainz– para decirle que quería enviar una carta de disculpa a la cúpula de Toyota por los golpes que dio al Corolla WRC, pero éste rechazó la idea y le confesó que él también se ‘ensañó’ con el camión de asistencia en forma de patadas. Es normal… fue, en mi opinión, el final más cruel de la historia del automovilismo.